¿Quién no recuerda cuando era un niño o niña y le daban la paga el fin de semana? Uno de nuestros principales objetivos era el quiosco, donde nos comprábamos desde regaliz rojo (uno de mis favoritos) aros de maíz, aquellos gusanitos de sabor a queso que te dejaban los dedos de un sospechoso color naranja o los tradicionales caramelos de Seltz.

Chucherías deliciosas de nuestra infancia

Lo cierto es que podría estar hablando durante horas de la gran cantidad de chucherías que podíamos encontrarnos en el quiosco del barrio. Seguro que a vosotros también os pasa lo mismo y echáis de menos alguno de esos sabores que tanto os acompañaron durante la infancia.

Las gominolas, aquellos bombones de chocolate que te dejaban la boca fresca, las nubes, los Peta Zetas, el pica-pica, las chufas y todo un compendio de chucherías eran algunas de las deliciosas cosas que podíamos comprarnos con nuestra paga y que nos endulzaban todos los fines de semana de nuestra infancia.

Lo que está claro es que el quiosco si estaba bien surtido, nos ofrecía un gran problema, el de tener que decidirnos por algo. Si queríamos algo clásico teníamos las pipas de girasol o los tradicionales kikos. Poco a poco iban apareciendo nuevas propuestas como las conocidas patatas chinas Shiki Shin, un snack de patata con saborizante que a día de hoy se siguen vendiendo. ¿Las recordáis?

Quioscos, más que chucherías

Pero no solo podíamos comprar chuches, en estos establecimientos teníamos un buen número de propuestas de entretenimiento para todos los gustos, como por ejemplo los sobres de Monta Man o Monta Plex.

Se trataba de unos sobres en cuyo interior venía un muñeco soldado por piezas que había que montar y que venía acompañado de un fusil, un casco o cualquier otra clase de accesorio. Asimismo, también podía venir algún vehículo para que poco a poco pudiéramos hacer un auténtico campo de batalla.

No podemos olvidarnos de otro clásico de los quioscos, el paracaidista. Un muñeco de plástico que hizo furor en los ochenta y que venía asegurado a unos cordajes y éstos a un plástico que hacía las veces de paracaídas. Estoy completamente convencido de que habéis jugado con él en más de una ocasión.

Para los que eran más ahorradores, siempre había propuestas de mayor precio y de mejor calidad. Uno de los clásicos que podíamos encontrar en el quiosco era el cubo de Rubik, un auténtico hándicap para cualquier joven de la época.

Otra propuesta era la serpiente, un curioso juguete que gracias a unos cables en su interior y a la colocación de sus piezas podíamos darle la forma que quisiéramos. Podíamos hacer desde una cobra hasta una «bola». Sin duda, uno de los juegos más extraños y de los que no se ha vuelto a hablar de ellos desde hace mucho tiempo.

La peonza era otro clásico que no podía faltar dentro de los juguetes de cualquier chico o chica de por aquel entonces. Aún se estilaban las de madera, aunque con mucha competencia con las de plástico de colores como el fucsia, verde fosforito, azul eléctrico, etc. Siempre buscando captar la atención de los más peques de la casa con aquellos llamativos colores.

Lo que está claro es que con nuestra paga nos sentíamos los reyes del mundo, al menos durante un día, porque podíamos comprar muchas cosas y aún nos sobraba dinero para ahorrar o hacer algún exceso que otro durante la semana. No importa si era algún juguete de precio asequible o alguna chuchería, pero digan lo que digan… yo me sigo quedando con mi regaliz rojo de toda la vida.