Recuerdo cuando era un crío ir con mis padres los domingos por la mañana al rastro, si, ese mercadillo que todas o casi todas las ciudades tienen y celebran en diferentes días. Aquello era algo muy especial para mi porque ir al rastro significaba llegar tarde a casa, por lo que era muy probable irnos a algún restaurante a comer.

Pero voy a lo que voy… ir al rastro se convertía en una aventura, sobre todo para mi hermano y para mí, que nos perdíamos siempre en los puestos más bizarros que hubiera. Allá donde hubiera cosas de segunda mano, transistores y demás objetos que normalmente no se podían comprar en una tienda allí estábamos nosotros.

Mis padres se entretenían con los puestos de rodillos para la cocina, cosas sencillas y con los encurtidos, aún recuerdo las aceitunas más grandes que vi en mi vida, la primera vez que probé una guindilla o que probé los altramuces. Pero si por algo he querido hacer esta retrospectiva de mis domingos en el rastro es porque otra de las cosas que se vendían en esta clase de sitios, además de los tradicionales peces de colores, si, esos de color naranja, también se vendían los pollitos de colores.

Los populares pollitos de colores

Era algo realmente extraño pero por aquel entonces creo recordar que costaban un par de billetes de Manuel de Falla (200 pesetas) pero por ese precio eras la sensación del barrio al tener un pollo que parecía venido del espacio o de un reactor nuclear de la URSS.

¿Cómo era posible esto? Pues obviamente, al contrario de lo que muchos llegaron a decir sobre que era un producto natural conseguido mediante diferentes piensos o por el manejo del ADN… nada de eso, probablemente un bote de pintura en spray y ale, ¡el pollo de colores! Eso lo deduje cuando al cabo de unos días ese color intenso que tenían brillaba por su ausencia y les quedaba un color desteñido y feo.

Lo peor de todo era que tenían una esperanza de vida muy corta y lo más normal era que antes de que llegase el siguiente domingo el colorido pollito ya no formase parte de este mundo. Quizá por eso no me lo compraron y ante la pataleta optaron por comprarme una pequeña tortuga graeca, la cual acabó aplastada por un pisotón de mi progenitor (siempre me aseguró que fue sin querer) y con ello, bueno un hamster más que cuando murió enterré con un par de churros para que los comiera si tenía hambre, se acabaron los animales en mi edad de niño.

Hoy en día tendo a los pollitos de colores en mente, pero reconozco que cuando se es niño no se piensa en las crueldades que se hacen con los animales, hoy considero que pintar a estos pequeños y simpáticos animales es una atrocidad.

¿Vosotros recordáis los pollitos de colores?