Recordando los años ochenta de mi niñez me vino a la mente el tema del monopatín de mi hermano, aunque yo siempre preferí los patines. Y recuerdo que era un hacha en dar saltos con aquella tabla de madera barnizada y con colores verdes, con ruedas negras y un diseño que desafiaba a toda lógica posible.

¿Os acordáis del famoso Sancheski? Aunque en los ochenta muchos fuimos los que tuvimos la oportunidad de probarlo, lo cierto es que ya llevaban ya su tiempo, desde 1975 aproximadamente, fecha en la cual, la familia Sánchez, la cual siempre había fabricado esquís, ante la competencia de las fábricas francesas y austriacas, quiso orientar su negocio hacia otro rubro que pudiera darle más beneficios.

Desde aquel año se fundo Sancheski, mezcla de tan español apellido y la palabra ski. No vayáis a pensar que Sancheski era el apellido de algún millonario ruso que probaba fortuna en nuestro país. Con el tiempo se fueron convirtiendo en los mas conocidos de España y también fuera de nuestras fronteras, eso sí, hasta que comenzaron a llegar productos de otras empresas donde las tablas eran más anchas, con ejes más anchos, ruedas más grandes y el “tale” o parte trasera del skateboard (anteriormente conocido como monopatín) levantada para poder controlarlo mejor y hacer muchas cabriolas.

¿Os suena de algo este patinete naranja?

Por aquella época ya existía el deporte urbano, no era un concepto actual sino que antes no había half-pipes o skate parks como puede haber ahora, estaba la carretera, la acera, el parque y deja de contar. Además eso de llevar casco, guantes y rodilleras… ¿qué era eso? Si te caías y te hacías una herida pues ya sabías lo que te quedaba, agua oxigenada, mercromina, tirita y a correr.

La verdad es que era bastante difícil controlarlo debido a que su superficie de apoyo para los pies era bastante estrecha y la distancia entre las ruedas de un eje era muy poca, por lo que la estabilidad era algo muy a tener en cuenta en aquellos modelos aunque posteriormente fueron mejorándolos pero aun así seguían siendo insuficientemente anchos.

Al final si no se conseguía dominar el monopatín siempre podías sentarte encima, agarrarte con las manos a la parte inferior y lanzarte por una cuesta gritando ¡Geróonimoo! y ver cómo llegabas al final, descalabrado, con la ropa rota (sucia ya se daba por supuesto) o si milagrosamente habías llegado sano y salvo, algo que te daría el status de rey del barrio durante unos cuantos días, hasta que se pasase la efervescencia y apareciese otra cosa como el yo-yo o cualquier otro entretenimiento del que hablaré más adelante.