Con la llegada del buen tiempo muchos son los que de vez en cuando nos damos un capricho y nos tomamos un helado de vez en cuando para combatir el calor y hoy quiero compartir con vosotros uno de los medios para refrescarse que teníamos los más peques allá por los años ochenta.

¿El Frigopie? ¿El Colajet? ¿El Negrito? ¿El Calippo? Podría estar un buen rato diciendo muchos modelos de helados pero me voy a algo más básico si cabe, algo a lo que todos teníamos acceso dado que era tremendamente barato y entraba dentro del presupuesto de nuestras asignación semanal.

El flash o caramelo líquido para congelar, toda una delicatesen de unos cuantos sabores que hacían las delicias de la chavalada de por aquel entonces. Recuerdo que los había de cinco pesetas, obviamente bastante pequeños, después iban subiendo en cuanto a precio, de 10, de 15 de cinco duros y de un cabezón, como llamábamos por aquel entonces a las monedas de 50 pesetas.

¿Quién no se ha comido alguno de estos?

A mí el de un duro me venía genial porque lo acababa exactamente en el trayecto que había desde el colegio hasta mi casa, de lo contrario, si me compraba uno más caro tardaría más en subir y seguro que me perdía alguna de las series que tanto me acompañaron durante aquella época.

Recuerdo una vez, tras haber ido tantísimas veces al quiosco y hacerme conocido del quiosquero, que había flash de 50 pesetas y un día me lo enseñó, era verdaderamente grande, creo que con aquel armatoste podían refrescarse todos los amigos de la calle que tenía, pero nunca llegué a comprarlo.

Era lo más asequible y a todos nos gustaba ir de un lado a otro con la golosina congelada en la boca, disfrutando de los sabores tan comunes que teníamos como cola, fresa, limón o naranja, algo que ahora que recuerdo… el único que sabía parecido a la fresa era el de fresa, pero casi prefiero no mirar de lo que estaban hechos esos flashes… puede que me de un infarto si lo hago.