Hoy quiero recordar con vosotros un par de juguetes que son de los más antiguos de los que mi mente puede recordar de la década de los ochenta y que desgraciadamente nunca tuve, por más que pataleé, lloré, me enfadé y aseguré que no volvería a comer nunca…

Recuerdo que cuando era pequeño no era de esos niños repelentes que quieren TODO y escribían cartas kilométricas a los reyes magos, exactamente no recuerdo lo que les escribía pero si sé que eran bien cortas, del estilo “traerme esto si podéis” y poco más. Nunca me faltaron juguetes ni un hermano o amigos con los que pasar las horas pero siempre tuve una espinita y es la de no haber tenido el Autocross de Congost.

¿Lo recordáis? Era un juego tan simple como entretenido. ¿A qué niño no le gustaban los coches? Con este juego tendrías diversión durante horas hasta que se le acababan las pilas. Metías la llave, ponías la primera y ale, a dar vueltas por un circuito sin parar hasta que acababas con la cabeza loca de tanta curva y de tanto mirar al cochecito.

Aspecto del popular Autocross

Cuando ya tenías el control ibas aumentando la velocidad gradualmente hasta llegar a la quinta marcha, pero con el mareo que tenías de ver el coche dando vueltas siempre en sentido de las agujas del reloj, dar más velocidad era una “temeridad” y siempre había que elegir la parte exterior del circuito porque si te metías por el entresijo de curvas del interior eras hombre niño muerto.

¡Cuánto anhelé tener este juego! Nunca llegó ni los reyes lo trajeron, pero me regalaron un montón de Geyperman con accesorios que si ahora aún los tuviera podría venderlos por Ebay o cualquier web de subastas y me haría casi millonario, aunque sabiendo como soy seguramente me lo guardaría como oro en paño, testigo de años mejores, años inocentes y donde mi única preocupación era salir de clase a tiempo para ver barrio sésamo, merendar y jugar hasta cansarme.

Y lo mejor de todo es que aún estoy a tiempo de quitarme esa espinita clavada dado que hay jugueterías que aún lo siguen vendiendo, así que algún día me dará la ventolera y me llevaré a mi casa este icono del frikismo ochentero y que probablemente si se lo regalasemos a nuestro hermano pequeño, primo o sobrino nos lo tiraría a la cabeza, pero es igual… ¡Viva el Autocross!