La ciencia ficción es, además del género bélico, otro de los estilos cinematográficos que más me gustan y hoy quiero recordar con todos vosotros una película del año 1984, época en la que las películas del espacio estaban muy de moda. Se trata de 2010: El año que hicimos contacto, la secuela de 2010: Una odisea espacial, ambas basadas en los libros de Arthur C. Clarke.

La trama nos sitúa una década después del fracaso de la misión del Discovery a Júpiter, momento en el que los soviéticos han desarrollado un dispositivo avanzado que podría ganar a cualquier clase de nave estadounidense en llegar al planeta gigante, se trata de la nave Alexei Leonov.

Para esta expedición se formará un equipo soviético-americano compuesto por el mismísimo doctor Chandra, programador y creador de la computadora HAL 9000, Heywood Floyd y Walter Curnow, ingeniero espacial, además de la tripulación soviética.

Una de las escenas de la película

Uno de los objetivos principales de la misión es ver qué salió mal en la anterior expedición, investigar un extraño monolito que orbita el planeta y también para saber qué pasó con David Bowman.

A su llegada a Júpiter, tras un viaje de años, se manda desde el Leonov una sonda para explorar la superficie de Europa, una de las lunas del planeta. La sonda envía información a la nave revelando lo que puede ser una enorme forma de vida moviéndose bajo el hielo, pero antes de que esta forma pueda ser fotografiada es destruida por un haz de luz.

Asombrados por el acontecimiento, la tripulación del Leononv encuentra la Discovery totalmente cubierta de azufre debido a la fuerte actividad volcánica de Ío, otra de las lunas del planeta. Ambas naves se encuentran con el misterioso monolito y aquí es donde comienza una sucesión de extraños acontecimientos que pondrán en peligro la misión y la integridad de las dos naves espaciales. ¿Cómo acabaría?

Dios mío… está lleno de estrellas.