Hacía bastante tiempo que no recordaba con vosotros a algún deportista famoso de aquella década que tanto idolatramos en este blog y hoy voy a comenzar una serie de entregas dedicadas a la primera gimnasta norteamericana en convertirse en campeona olímpica, estoy hablando de Mary Lou Retton, conocida cariñosamente como “la hormiga atómica”.

Para ello nos tenemos que meter de nuevo en nuestra particular máquina del tiempo que es la memoria colectiva y transportarnos a año 1984, exactamente a las Olimpiadas de Los Ángeles. La pequeña y corpulenta gimnasta norteamericana era una de las promesas por las que más se apostaba en Estados unidos y no estaban equivocados.

Mary Lou Retton nació en 1968 en Fairmount, Virginia, medía muy poquito, apenas 1,44 y pesaba 45 kilos. Pero 45 kilos de pura fibra y músculo, lo que le daban una increíble potencia en sus carreras, saltos y acrobacias en los diferentes aparatos gimnásticos.

Mary Lou Retton en uno de sus ejercicios

Tras haber pasado la ronda clasificatoria las finales se llevaron a cabo en el Pauley Pavillion, un recinto deportivo lleno hasta la bandera de público de todos los rincones del mundo, pero con mayoría estadounidense, todos dispuestos a animar a su escuadra nacional y a su estrella, la pequeña Retton.

Mary no lo tendría nada fácil dado que en las diferentes pruebas contaba con una gran competencia, sobre todo de los países del este de Europa, siempre especialistas en estas disciplinas deportivas, lo que supondría una final prácticamente de infarto.

Una de sus máximas rivales era la húngara nacionalizada rumana Ecaterina Szabo, quien siempre estaba o unas décimas por delante o siguiendo de cerca la puntuación de Retton, quien no conseguía despegarse de ella en ninguna de las pruebas, lo que hacía que el deporte se convirtiese en un verdadero espectáculo, en un auténtico tour de force que seguiré contándoos en la siguiente entrega.