Quizá el post de hoy no sea demasiado largo porque apenas tengo muchos recuerdos, pero los pocos que hay en mi memoria
son bastante intensos. Algo que recordamos todos, sin duda alguna y sobre todo ahora en plena época estival, es la bicicleta. ¿Quién no ha tenido una bicicleta en sus años de niñez?

Muchos esperábamos ansiosos la llegada de los Reyes Magos para ver si nos habían traído el mejor regalo que nos podían hacer, por nuestro cumpleaños o como merecido precio por haber llevado a casa buenas notas y ningún “cate”. Recuerdo que tener notables en casi todas las asignaturas y algún “P.A” (progresa adecuadamente) en las notas, eran un motivo más que suficiente como para ganarme un premio y augurarme un verano de lo más divertido.

Un verano donde poder dormir hasta que a mis padres les pareciera que había sido suficiente, ver la televisión y jugar en la calle con mis vecinos y amigos ¡aquello si que era un plan en toda regla! Pero todo cambió cuando a mi hermano y a mi nos regalaron unas bicicletas.

Atrás han quedado los veranos con la «todopoderosa» Bicicross de B.H

Recuerdo aquella B.H “Bicicross” con dos ruedas pequeñas a los laterales de la rueda trasera, para que fueras aprendiendo a manejarla. Después de varios coches, golpes y varios chichones pude quitarle aquellos estorbos y poder correr a toda velocidad.

Al principio no me atrevía a salir de mi zona, pero cuando cogí confianza… ¡aquello si que era diferente! Tenía una increíble sensación de libertad que me permitía moverme por todos lados, divertirme y conocer todos los rincones de la misma ciudad donde sigo viviendo actualmente.

Con el tiempo las cosas fueron cambiando y ya no era de los pocos que tenía aquella bicicleta, así que había que hacer algo. Recuerdo que mi hermano mayor se fue a “PIN”, el garaje de bicicletas más popular de la zona, y le puso cambios a su bici con el dinero que le habían dado en su comunión ¡era la envidia del barrio!

Un modelo más moderno fue la BH California

Yo como era un renacuajo me tuve que conformar copiando la idea que había visto a otros chicos en los, por aquel entonces, barrios desconocidos, que consistía en doblar hacia atrás los guardabarros de plástico de forma que quedasen rozando contra los tacos de la rueda. De esta forma se obtenía un ruido “parecido” al de una motocicleta de 50cc, aunque verdaderamente parecía el motor de una motosierra oxidada a punto de calarse, pero nos lo pasábamos como los indios.

Pero no me importaba, aquellos años en los que mi bicicleta era mi mejor compañera de juegos son de los más añorados y de los que mejores recuerdos tengo de mi niñez. Y como a mi, seguro que os habrá pasado a muchos…