¡Traga, traga bolaaas! ¡Na-na-nanaaaa! ¡Traga, traga bolaaas! ¡Traga bolas sin paraaar! Así era la canción que aparecía en el anuncio de televisión de este juguete de la empresa MB tan recordado de los ochenta y tan socorrido para los padres dado que no era uno de los más caros de por aquel entonces.

¿Os acordáis cuando en los catálogos de juguetes ponían: más de 5.000 pesetas? Seguro que muchos de vosotros si, y por ejemplo como fue mi caso en su momento, ese era el límite que mis padres ponían a un juguete y nunca pensarían en gastar más porque consideraban que era tirar el dinero.

Y tenían razón dado que la ilusión duraba un mes y después o se estropeaba el juguete o perdías las piezas o te parecía un auténtico aburrimiento como solía pasar con este juego, pero que aún así seguramente alguno de vosotros tuvo la oportunidad de darle buenos guantazos al bicho para que tragase bolas.

Bueno, que me lanzo, voy a explicar cómo era para que lo comprendáis. Era una superficie circular donde se echaban un montón de pequeñas bolas blancas. El juego contaba con cuatro hipopótamos de colores en los que había una palanca en su lomo que al presionar sobre ellas, el cuello del hipopótamo se estiraba y la boca tragaba todo lo que estaba a su alcance.

Obviamente, cuando se acababan las bolitas se hacía recuento de las que había tragado cada hipopótamo y el que más tuviera era el que ganaba. Una mecánica tan simple como la del uso del botijo, pero que quizá esa sencillez hizo que el Tragabolas fuese uno de los juguetes imperecederos en todas las jugueterías durante los años ochenta.