Recordando aquellas cosas que formaron parte de mi infancia, de la cual pasé gran parte en la calle jugando con mis vecinos y amigos, me vino a la mente uno de los productos que más efímeramente pasaron por los kioscos de cualquier ciudad.

No se trata de una peonza, de las barajas, de los sobres de Montaman, los cromos de fútbol y demás parafernalia kioskera, se trata del famoso muñeco con paracaídas, uno de los artículos más recordados de aquella época y que estoy seguro que muchos de los que seguís este blog lo recordaréis.

Era un muñeco de plástico que estaba unido a un paracaídas del mismo material mediante unas cuantas cuerdas. Creo recordar que costaban unas 50 pesetas y que era la novedad más absoluta en el mercadeo infantil de barrio y que te entretenía hasta la saciedad.

Lo malo que la saciedad llegaba pronto y acababas cansándote de él, dado que lo único que se hacía era lanzarlo hacia arriba y ver como se desplegaba el paracaídas y verlo bajar. También había otras modalidades que era tirarlo por la ventana mientras un amigo lo recogía abajo.

Helo aquí, nuestro compañero de juegos

Y otra más salvaje es la que llevó mi hermano a cabo, quien hastiado del mecanismo tan simple del paracaidista, decidió prenderle fuego mientras caía a la calle, el paracaidista pirómano. No tuvo gracia.

Y yo que siempre fui como una pequeña urraca pues lo guardaba todo y estos muñecos acababan siempre en lo más profundo del armario hasta que llegaba aquella señora que siempre recogía todo y tiraba lo que pensaba que no valía para nada, nuestros pequeños tesoros.

Esa fue la corta y triste vida de aquel efímero compañero de juegos que estuvo conmigo desde que lo compre en el kiosco del barrio por un “cabezón” o lo que es lo mismo, una moneda de 50 pesetas. ¿Lo recordáis?