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En nuestra retrospectiva sobre los años ochenta hoy nos vamos a recordar una película del año 1985 de un género que muchas personas pensaban que estaba sobreexplotado y que no podría dar mucho más de sí, el western. El jinete pálido es la película que queremos recordar con todos vosotros, un metraje producido, dirigido e interpretado por Clint Eastwood, quien volvía a dirigir después de su última entrega del inspector Harry Callaghan.

Aunque en un principio de El jinete pálido se esperaba que fuese un bluf, finalmente fue un gran éxito, tanto por parte de la crítica como del público, lo que dio vida a este género que se había explotado hasta la saciedad, pero del que posteriormente se harían otros productos muy recordados y de gran calidad como Bailando con lobos o Sin perdón, también protagonizada por Clint Eastwood.

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La trama nos sitúa en un perdido lugar entre las montañas, donde un reducido grupo de mineros se esfuerza día a día para intentar encontrar algo de oro y poder seguir adelante dando de comer a su familia, siempre con la ilusión de encontrar un filónque les permita retirarse.

Los mineros desconocen que su emplazamiento se encuentra muy cerca de los dominios de Coy LaHood, el jefe de un imperio minero que no dudará en quitar de en medio a todo aquel que se cruce en su camino y aquí es cuando comienza el problema.

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LaHood, con sus pozos mineros casi agotados, recibe noticias de la presencia de mineros muy cerca de sus tierras y la posibilidad de que pueda haber oro, lo que hace muestre un gran interés por hacerse con las pequeñas tierras de estos mineros. En un principio lo intenta por las buenas, ofreciendo un precio ridículamente más bajo de lo que valen en realidad, pero los mineros se niegan una y otra vez a venderle sus terrenos.

Es aquí cuando comienzan los problemas, LaHood y sus secuaces comienzan a coaccionar a los mineros, amenazándoles, chantajeándoles y por último atacándoles, lo que hace que la vida de los trabajadores se vea seriamente amenazada. Cuando están a punto de tirar la toalla entra en escena un forastero al que se le conoce como El predicador (Clint Eastwood) y prácticamente sin querer, consigue dar ánimos a los mineros, quienes se ven con fuerzas para enfrentarse a LaHood y sus hombres.

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Pero el malo de turno no estará solo dado que también contará con la ayuda del comisario Stockburn y sus seis ayudantes, agentes de la ley comprados que no dudarán en hacer el trabajo sucio que se les encargue amparándose bajo sus estrellas de la autoridad.

El Predicador no se amilana y vuelve a tomar las armas que hacía tiempo que había dejado atrás y se enfrentará a todos los que han intentado acabar con el sueño de los mineros, pero también busca saldar una deuda que tiene pendiente desde hace muchos años.

Quizá no sea uno de los mejores western de la historia, pero es ideal para pasar un buen rato y entretiene de principio a fin. Destaca la fotografía y la dirección, pero sobre todo los detalles en cada plano, algo muy característico en Eastwood.