Hoy voy a rescatar una noticia de 1987, cuando el hijo del viento, más conocido como Carl Lewis aún no había batido los 8,90 metros del récord de salto de longitud, en posesión hasta el momento del mítico Bob Beamon conseguido en los mundiales de México de 1968.

El 18 de agosto de 1987 aún se estaban celebrando los Juegos Panamericanos y Lewis aseguraba que podría hacerse con el récord de Beamon dado que se encontraba en una estupenda forma física y poco a poco veía cómo se iba acercando con varios saltos entre los que destacaban un 8,53 metros, dos 8,68 y dos 8,75, lo que hacía pesar que esta progresión seguiría en aumento.

A pesar de estas marcas, el viento reinante en aquella jornada dificultó la labor de este joven saltador, que tendría que ver cómo su intento de llegar a la gloria tendría que esperar. Según sus propias declaraciones: “No estoy descontento con mi actuación. El viento fue molesto, sobre todo porque iba a rachas y me obligaba a saltar cuando la bandera no se movía. En estas condiciones, estoy satisfecho de mis saltos, aunque ninguno de ellos fue, para mí, perfecto”.

Lewis, un especialista en salto de longitud

Con estas declaraciones podemos imaginarnos el nivel de perfección o de superación mejor dicho que tenía, intentando siempre mejorar sus saltos, independientemente de la situación, lo que le convertiría en un serio candidato a hacerse con el récord. En aquel evento deportivo, además de estar muy cerca del récord, demostró su estupendo estado de forma ayudando a ganar la prueba del relevo 4×100.

Según los medios especializados del momento, desde el punto de vista técnico Lewis tenía una velocidad ideal aunque aun fallaba algo en la batida, lo que posiblemente fuese lo que generase desconfianza y no poder alcanzar esa meta, que sin duda, tarde o temprano, conseguiría.