Tengo la completa seguridad que todos los que seguís diariamente las entradas de este blog conocéis a Enrique y Ana, aquella pareja que se decía que eran hermanos (mentira cochina) y que tantos y tantos éxitos dieron para el público infantil, no solo de la España de los ochenta sino también para la gran multitud de fans con los que contaban al otro lado del charco, en Sudamérica.

Posiblemente hayáis bailado y escuchado hasta la saciedad aquello de “baila con el hula hoop”, algo que hizo que se pusiese de moda, sí, otro año más, ese trozo de plástico con forma de aro que había que bailar meneando la cintura como si de pequeños “shakiros” y shakiras se tratase.

Nacieron a finales de los setenta y fueron un verdadero vendaval como otros grupos infantiles, de los cuales España tuvo un montón como pudieron ser Parchis, Botones, Colorines, Regaliz, Popitos, cantantes y grupos extranjeros como Menudo, Nikka Costa o el incombustible y queridísimo Torrebruno, los Payasos de la Tele, es decir: Gabi, Fofito, Miliki y Milikito (gracias Alberto) o incluso personas que no eran tan jóvenes como era el caso de Teresa Rabal o Mocedades, grupo que aunque su estilo de música era otro, también hicieron temas para series tan fantásticas como La vuelta al mundo de Willy Fog ¡Qué recuerdos!

El famoso disco de Enrique y Ana

Son momentos que quedarán en nuestro recuerdo, imágenes grabadas en nuestra retina que ya forman parte de nuestra vida y que hoy he querido compartir con vosotros. Canciones que nos acompañaron durante nuestra infancia y con las que reímos, cantamos y los más atrevidos bailaron.

Seguro que tras haber dicho estos nombres a más de uno y de una de todos vosotros os habré despertado en lo más profundo de vuestro subconsciente algún recuerdo, un momento de vuestra infancia que recordéis especialmente.

O al menos eso es lo que he intentado en un alarde de nostalgia que me ha traído a la mente muchos y gratísimos recuerdos frente a la caja tonta, donde me pasaba horas y horas devorando todo lo que por allí echaban, siempre y cuando no tuviese dos rombos, porque sino… ¡a la cama!